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Ciencia con buen gusto: EL LIBRO

Los profesores del seminario son coautores de un libro en el que se desarrollan aspectos teóricos y prácticos de Ciencia de la cocina

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Actividades presentadas en la: VI feria "Madrid por la Ciencia"

CIENCIA EN LA OLLA DE DON QUIJOTE

Conferencia pronunciada por:

Carmen Cambón Cabezas, Mª Soledad Martín de Frutos, Eduardo Rodríguez Martín

 

Estamos rodeados de Ciencia; aunque no seamos conscientes, estamos permanentemente rodeados de fenómenos, de materiales, de sucesos cotidianos cuya explicación científica puede ser un interesante camino de acercamiento a la Ciencia.

En nuestro centro, el Colegio Internacional SEK-Ciudalcampo,  pensamos que la Ciencia de la Vida Cotidiana es un potente recurso de motivación para aproximar a los alumnos de Secundaria a las asignaturas científicas y en consecuencia se ha organizado un seminario denominado “Ciencia con Buen Gusto” que desarrolla actividades relacionadas con la Ciencia de los procesos culinarios.[1]

En este año 2005 se celebran dos importantes centenarios: hace cien años, en 1905, Einstein publicó sus cinco artículos fundamentales con los que revolucionó la visión física del mundo; éste es el motivo de que el año 2005 sea el  año Internacional de la Física. Pero también es el IV Centenario de la publicación del Quijote y, en un momento en que la gastronomía es actualidad en todos los medios de comunicación, es frecuente encontrar referencias a las abundantes citas culinarias que incluye Cervantes en su obra y a la cocina manchega actual y de los siglos XVI y XVII.

Esta triple coincidencia, Ciencia, Quijote y gastronomía, no podía pasar inadvertida para el seminario “Ciencia con Buen  Gusto”. Con motivo de la Semana Cultural que se celebra todos los cursos en nuestro centro, se acordó que la participación del Departamento de Ciencias consistiría en una aproximación interdisciplinar a la cocina manchega que Cervantes describe en su novela y que refleja claramente el contexto económico y social de la región en el Siglo de Oro.

LA COCINA MANCHEGA DEL SIGLO DE ORO

La cocina que, con abundantes citas, se puede adivinar como trasfondo en El Quijote, está marcada por el carácter agrícola de secano de las tierras manchegas, donde el cereal, fundamentalmente el trigo, es protagonista. El pan es el alimento más citado en el Quijote, aparece 65 veces en singular y una en plural. Es también característica la riqueza en grasas, sobre todo procedentes del cerdo, como el tocino y los torreznos[2]. Las grasas suponen un elevado aporte energético, necesario para soportar los fríos inviernos y para las duras labores agrícolas.

La importante ganadería ovina y caprina de la época se refleja en la presencia continua del queso, que aparece citado 19 veces y en diversas variedades, desde el queso, más duro que si fuera hecho de argamasa, que comen los cabreros, hasta el queso que Teresa Panza envió a la Duquesa y que esta recibe con grandísimo gusto por ser tan bueno, que se aventajaba a los de Tronchón, pasando por el queso ovejuno que, según Sancho le dio Dulcinea.[I]

La carne era un alimento más caro que solo aparecía con frecuencia en las mesas de los ricos: la caza (conejos, perdices) se presenta en abundancia en los banquetes que nunca llega a probar Sancho como gobernador de la ínsula Barataria[II], las carnes de animales domésticos como gallinas, gansos, palominos, carnero y otras aparecen en comidas de celebración como en la de las bodas del rico labrador Camacho, en las que se sirve, en palabras de Cervantes, un menú “rústico pero abundante”[III]. Los menos pudientes debían conformarse con la vaca, que era una carne más despreciada ya que procedía del ganado que había dejado de ser útil para las labores agrícolas y era sacrificado. Por esta razón se consideraba dura y poco apetecible.  Las reses jóvenes criadas únicamente para el consumo no eran frecuentes; entre las exquisiteces de la mesa del gobernador aparece la ternera en adobo y la ternera de Sorrento figura en la lista de manjares exóticos junto a los faisanes de Roma o los francolines de Milán[IV]. Pero normalmente se debían conformar con una olla de algo más de vaca que de carnero o con uñas de vaca guisadas, por ejemplo, con garbanzos, cebollas y tocino.

Los alimentos de origen americano no aparecen en el Quijote. Los pimientos ya eran conocidos en la época, como prueba una cita del mismo Cervantes en “Rinconete y Cortadillo”, publicado en 1616[3]. Los tomates, que aparecen por primera vez en “El amor médico” de Tirso de Molina [4]debían ser conocidos en la segunda mitad del siglo, pues vuelven a ser citados por Sor Mariana de San Félix[5], hija de Lope de Vega. Las patatas no estaban aún demasiado aceptadas en el siglo XVII y su papel en la alimentación popular estaba ocupado en La Mancha por las cebollas y los nabos y en zonas más húmedas por las castañas. Sin embargo parece que si eran conocidas, sobre todo en Andalucía, más receptiva con las influencias del Nuevo Mundo, pues aparecen citadas en varias obras literarias de la época como patatas o patatas de Málaga; también es posible que estas referencias sean a las batatas, que se confundían con las auténticas patatas.

Respecto a los condimentos, no se llega a citar en el Quijote el pimentón, tan característico de la cocina manchega tan solo unas décadas después. Presentado a los Reyes Católicos por el mismo Colón, comienza a hacerse popular más tarde por influencia de los frailes Jerónimos desde sus conventos de La Vera y Ñora. Su primera aparición literaria es de 1646 en el Estebanillo Gonzalez[6]. El ajo si aparece con frecuencia pero parece ser que consumido en crudo y con no muy buena prensa: es frecuente que se use la expresión “harto de ajos” como insulto[V] y Don Quijote recomienda a Sancho que no muestre su villanía por el olor a ajos de su aliento.[VI]

Es también interesante constatar la dieta tan diferente que corresponde a distintas clases sociales: nada tienen que ver los suntuosos platos servidos en casa de los Duques con la abundante comida de las bodas del rico labrador Camacho, con la dieta del hidalgo, con la comida de labradores o con los pobres alimentos que Don Quijote y Sancho toman cuando pueden en ventas y caminos.

Estos aspectos junto con referencias a métodos de conservación y almacenaje de alimentos, las maneras en la mesa y otras referencias culinarias permiten a muchos afirmar que el Quijote es el manual más completo de Gastronomía de nuestro Siglo de Oro.

 

DUELOS Y QUEBRANTOS:

Ya en el primer capítulo del Quijote se citan cinco platos que constituyen la dieta  semanal de Alonso Quijano: Olla con algo más de vaca que de carnero, Salpicón las más noches, Duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes y algún palomino los domingos[VII].

La olla con algo más de vaca que de carnero indica que Don Quijote era un hidalgo venido a menos, pues, como ya se ha comentado, la vaca era considerada como una carne inferior; el salpicón era un plato elaborado con los restos de la olla del mediodía aderezándolos con sal, vinagre, aceite, pimienta, ajos y alguna otra especia: “nada sobra en la cocina”; las lentejas eran, sin duda, lentejas viudas carentes de acompañamiento y se debían comer seguramente en las vísperas, ya que el viernes era día de ayuno; el palomino de los domingos tiene cierto significado de lujo: en las haciendas era costumbre tener un palomar para consumo y los domingos, día festivo, se podían comer carnes “selectas”.

Respecto a los Duelos y Quebrantos” de los sábados se pueden utilizar de excusa para pasar al laboratorio, o la cocina que viene a ser lo mismo, y analizar los procesos físico-químicos  implicados en la preparación de un plato de renombre tan cervantino.

Tanto el origen del nombre cómo la composición de este plato son aun muy discutidos. Mientras unos piensan que se trata de huevos con tocino y tal vez jamón o chorizo, otros los acompañan de sesos de cordero. También se discute sobre si los huevos iban en forma de revuelto o simplemente fritos. No es menos incierto lo relativo al origen del nombre. Una de las versiones aboga porque el plato se elaboraba a partir de los restos de los corderos que los pastores traían muertos los viernes después de una semana de pastoreo y que, lógicamente, los amos los recibían con duelos y quebrantos.

En la edición del Quijote de Francisco Rico[7],  éste apuesta por la idea de que era un plato que no quebrantaba la abstinencia de comer carne selecta que en el Reino de Castilla se observaba los sábados y que consistiría probablemente en  huevos con tocino. Considerando que en muchas ocasiones en el plato no hay presencia de cordero da pie a otra versión en la que el nombre deriva del pesar que les producía a los judíos conversos el comer tocino y otros productos del cerdo quebrantando la ley Mosaica. Juan Goytisolo propone, en apoyo de esta idea, una cita del judeo-converso Antón de Montoro, más conocido por su apodo “El Ropero” (1404-1480),[8] que justificaría esta curiosa denominación.

En cualquier caso era un plato muy nutritivo que Don Quijote comía los sábados como algo muy especial después de la abstinencia del viernes y con el que también se agasajaba a invitados, como cuando Sanchica corta un torrezno para empedrarle con güevos y dar de comer al paje de la Duquesa.[VIII]

INGREDIENTES NECESARIOS:
 

Para abordar el estudio de este típico plato manchego se ha decidido considerar como ingredientes los que aparecen en la mayoría de las recetas: panceta o tocino salado, chorizo y jamón en forma de revuelto con huevo. Esta preparación representa una buena muestra de la rotundidad de los ingredientes de los platos populares manchegos, adecuados para gente de oficio duro y de economía escasa.

Los Duelos y Quebrantos es un plato de cristianos, con abundantes ingredientes procedentes de la carne de cerdo rechazada por judíos y musulmanes, y además un magnífico  ejemplo de los diferentes métodos de conservación de los alimentos, usados en una época en la que, evidentemente, no existían los frigoríficos.

 
a) La panceta.
 

La panceta procede de la parte de la tripa y del costillar del cerdo. Es un trozo de grasa-magro, sometido a un proceso de salado y de ahumado.

El salado es un sistema de conservación empleado desde la antigüedad. Este procedimiento es utilizado por primera vez por los sumerios y posteriormente se propaga a China y a Occidente a través de Grecia. Las sales mas apreciadas eran las procedentes de Asia (con alto contenido en nitrógeno “salitre”) que proporcionaban un mejor aspecto a la carne y mejoraban su poder de conservación debido al efecto bactericida de los nitritos.

La sal provoca la salida del agua de la superficie del alimento por ósmosis, y el endurecimiento de la pieza. Se puede aplicar directamente por frotado ó sumergir la pieza en una solución de salmuera.

Finalmente se suele proceder al ahumado de la pieza  durante aproximadamente unas 20 horas. Esta forma de secado del alimento es utilizada por primera vez en Roma en el año 1000 a. de C. y convive con otros métodos de conservación de los alimentos como el escabechado ó la utilización del frío (nieve).

En cuanto a sus cualidades gastronómicas, la panceta contiene una gran cantidad de grasa que al someterla a la temperatura de cocinado,  funde y abandona la pieza al rasgarse las paredes celulares, aproximadamente a 70ºC.

La función de esta grasa es importante en la preparación del plato ya que:

  • Sustituye al aceite en la fritura. El aceite de oliva era más caro y no disponible para las clases poco adineradas. Además, era usado por los moriscos, por lo que los cristianos viejos para diferenciarse  preferían el uso de la grasa de cerdo.

  • La fritura permite que la mezcla alcance elevadas temperaturas, del orden de 140ºC (recuérdese que el agua ebulle a 100ºC), imprescindibles para que las cualidades organolépticas del plato se desarrollen. Esto es debido a que a esta temperatura se producen las reacciones denominadas “reacciones de Maillard” que son las responsables tanto de los flavores de los platos, como del aspecto tostado que presentan  los alimentos cocinados.

  • “Perfuma” la preparación con su sabor y olor característicos, ya que las moléculas responsables de las notas olfativas y gustativas se disuelven precisamente en la grasa (liposolubles).

Finalmente las proteínas de la panceta, experimentarán diferentes cambios perfectamente observables mientras se cocina la pieza y que se resumen en su acortamiento y en la adquisición del aspecto churruscado (y por supuesto del aroma) que la caracterizan.

b) El chorizo.
 

De nuevo aparece la carne de cerdo magra, picada en este caso, a la que a veces se añade carne de vacuno y tocino. La coloración característica se debe a la adición de pimentones, que contribuirán  además a la conservación del fiambre.

En el Siglo XVII el chorizo era negro, pues se le añadía sangre de cerdo debido a que en aquella época todavía no estaba extendido el uso del pimentón.[9]

Para su preparación se sala el magro y se añade cierta cantidad de tocino para que no resulte muy seco, se pica la carne y se mezcla con el adobo (Éste consiste en una mezcla de sal, pimentón, nitratos y otros productos que actúan como antioxidantes). Después de reposar se embute en tripa natural.

La contribución al plato de este ingrediente y los cambios observables son:

  • La salida de nuevo de la grasa del embutido, en esta ocasión coloreada por el pimentón.

  • El pardeamiento de la carne (Mas rápido que en el caso de la panceta)

  • El enriquecimiento de los aromas desarrollados en nuestra “olla”.

c) El jamón:
 

Se trata de una nueva presentación de la carne de  cerdo, en concreto de las patas traseras.

En esta ocasión a la pata del animal se la somete a un proceso de curación en el que toda la pieza se recubre de sal (salado), de prensado y de posterior maduración en un ambiente seco y frío, que permite obtener una de las presentaciones de la carne cruda más exquisitas y celebradas de nuestra gastronomía.

Este ingrediente enriquece con su aroma y su sabor el plato. No se debe freír en exceso para no destruir las cualidades organolépticas.

Tras añadir el jamón el conjunto de carnes ya esta preparado para recibir al huevo.

d) El huevo.
 

Nadie pone en duda el papel fundamental que desempeña el huevo como ingrediente en numerosos platos. Lo que quizás no nos hemos parado a pensar, es que el huevo es un complejo sistema biológico, cuya composición le hace responsable de sus múltiples posibilidades en la cocina.

Está formado por dos componentes: clara y yema, los cuales contienen proteínas que nos van a ser muy útiles en la elaboración del plato.

Las proteínas están formadas por largas cadenas de aminoácidos, que aparecen plegadas siendo solubles a temperatura ambiente. En el proceso de cocinado con el calor, van a romperse los enlaces que las mantienen unidas, las moléculas comienzan a desplegarse, estirarse, contactar unas con otras formando una red. En esta situación el huevo cambia de aspecto: se ha coagulado, recibiendo este proceso el nombre de desnaturalización.

Como las proteínas de la clara (albúminas) y las de la yema (livetinas) tienen distinto punto de coagulación (hay unos siete grados de diferencia entre la clara y la yema), al hacer el revuelto, únicamente mezclaremos ambos componentes sin batir, observando que las proteínas de la yema son  más termorresistentes que las de la clara.

 
   
Práctica: sopa castellana  
Práctica: duelos y quebrantos  

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PROGRAMA
   

© Carmen Cambón, Marisol Martín y Eduardo Rodríguez. Seminario "Ciencia con buen gusto"

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